Escribí poemas fugaces para combatir el estrés acumulado como bolitas de ping pong en mi cuello, justo donde empieza mi cabeza.
La terapia más eficaz para hacer catarsis
de los tiempos modernos, donde imperan pastillas y recetas para adormecer realidades.
Es más doloroso? Es más frustrante, más crudo? No desea uno evadir el
sufrimiento a toda costa? Y sí. Pero empecé a escaparle a las soluciones
instantáneas que sólo brindan beneficios instantáneos. Estoy aprendiendo que en los días sufridos, si se quiere, se aprende más
profundo, y las luces (cada vez más frecuentes, más bonitas) que voy
descubriendo en mi redescubrimiento del mundo se aprecian más cuando la niebla
se disipa. Le estoy cambiando el nombre a mis traumas, que pasan a ser parte de
mi imperfecta individualidad en vez de traumas. Porque sí, además de aceptar lo aceptable, tengo que aceptar lo que molesta. No para conformarme, sino
para conocerme. Porque la negatividad nubla, niega y acorta, por no decir
frena, los avances de la vida.
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