29 de julio de 2012

Paz.

No! la foto! exlamé. No podía dejarla atrás. Entré al departamento medio en ruinas medio en pie, con el cielo teñido de humo como techo renovado, el temblor del piso avisándome que no iba a sostener ni una mariposa en tres segundos más. Sentía los gritos desde el pasillo de las escaleras, suplicándome que saliera de ese conjunto de ladrillos que ya parecían gelatina.
La guerra se había llevado todo lo mío. Mis planes de verano, mis discos, mis amigos, uno a uno, mi padre. Sólo me quedaba esa foto, pedacito de mi alma.
Abrí el cajón de mi escritorio a tiempo para ver a una niña de vestido rojo y un hombre de lentes grandes tirados en un campo en primavera, mirando el cielo despejado y despejando sus corazones para llenarlos de abril.
Entre los escombros se pudo entrever, dentro del cajón destartalado del escritorio reducido a astillas, la foto ennegrecida, ironía de la guerra.